lunes, 25 de julio de 2011

Cuando las esculturas rozan el cielo. Por Carlos Bretón



"Las Nereidas" en la Costanera Sur de Buenos Aires.
Dos días después de llegar a Buenos Aires, fui con mis amigos argentinos Dito y la actriz Noemí Morelli a la Costanera Sur. Era una visita muy deseada cuyo único objetivo fue poder apreciar la escultura “Las Nereidas”, obra de una de las artistas que más admiro del país sudamericano: LOLA MORA.

Observando la belleza de las hijas de Nereo, los caballos, las olas, las conchas y caracolas marinas, emergiendo de las entrañas de la tierra, o del mar, en medio de una fuente, me estremecía emocionado, pensando cómo pudo Lola Mora lograr tal perfección esculpiendo aquel bloque de mármol de Carrara. Doblegar la “nobleza” de esta piedra con exquisita perfección, solo es posible cuando entra en contacto con las manos expertas de los grandes maestros entre los que por supuesto esta ella.

Las más importantes obras de la escultora están diseminadas por toda la geografía de Argentina y “Las Nereidas”, protegida por la diputación de Buenos Aires, que forma parte del estilo neo clásico  y a la vez, refleja el poderoso dominio de la técnica y el equilibrio de Lola, me produjo el mismo impacto sensitivo, que cuando estuve en el Vaticano frente a “La Piedad” de Miguel Ángel o “El Cristo” de Casablanca de mi compatriota Jilma Madera.
Por ese motivo quiero recordarlas a ambas.

"Cristo de Casablanca"
Ciudad de La Habana
 El Cristo de mi ciudad, siempre ha sido un particular centro de gravedad para mí, lo digo porque cuando más cargado estaba de trabajo, cuando tenía que aligerar el alma o simplemente cuando quería pensar, siempre tomaba la lanchita de Casablanca y subía la cuesta hasta llegar a la inmensa estatua. Entonces ocurría el milagro. Todo allí arriba es paz, y esa paz específica  la coronaba para mí el fúlgido arte de Jilma.

En su legado artístico se reconocen tendencias a la estilización sin abandonar lo figurativo, pero ella también como Lola Mora, es de una elegante expresión del neoclásico. Es la única en el mundo en esculpir el monumento más grande hecho por una mujer.
La triste noticia de su fallecimiento, el 21 de febrero de 2000, me llegó a un Estocolmo gris y nevado. Caminaba por el puerto de Slussen para tomar el metro, cuando recibí una llamada telefónica. Inconscientemente mi vista atravesó el canal y la bahía hasta Djurholmen, como buscando en medio de la similitud el gigantesco Cristo. Nada, no había nada.
Con Jilma Madera y Lola Mora se fue una manera de convertir la roca metamórfica,  con  talento y estilo irrepetibles,  en hermosas esculturas. Felizmente quedan sus obras. Las de Lola,  en el Gran Buenos Aires, en Bahía Blanca, en la ciudad de Rosario, en Salta, en Nieva, en Jujuy y por supuesto en su Tucumán natal. Las de Jilma en La Habana, en San Nicolás de Bari, en el Cacahual y hasta en el mismísimo Pico Turquino. Allí donde quiera el viajero hallar el arte de estas dos importantes mujeres, lo encontrará… imperecedero.

Por Carlos Bretón








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