lunes, 25 de julio de 2011

Amelia Martínez; Aquí hay Juana hasta el 4000.

Juana Bacallao en Bellas
Artes (Foto de mi propiedad)
No recuerdo exactamente el número de veces que la vi actuar antes de conocerla personalmente. Eran muy escasas sus intervenciones en televisión y teatro en esa etapa, pero se la podía ver en los cabaret´s de La Habana.

Se contaban muchas anécdotas sobre ella, dentro y fuera del escenario. Había sido domestica en la década del 50 y mientras trabajaba, también bailaba y cantaba, gracias a lo cual un día fue descubierta por Obdulio Morales. Actuó en lugares muy importantes y grabó su primer disco con la productora GEMA, propiedad de Alvarez Güedes en 1956.

Una producción especialmente famosa se llamó La Caperucita se divierte, donde junto a Dandy Crawford y a conocidos cantantes y bailarines, hizo época  parodiando el tricentenario cuento, recogido por los hermanos Grimm de la leyenda popular.

Aún adolescente, la vi en el Caribe del Hotel Habana Libre. Esa noche estaba muy excitado por el temor a que los porteros descubrieran que no tenía la edad reglamentaria para entrar, pero con una sombra de bigote que me maquillé y un poco de suerte, logré pasar con mis amigos entre la multitud.


Aquella misma noche, la vi pasar a dos metros de mí, camino a una mesa, donde parecía tener algunos conocidos. Cuando regresaba, cuatro señores muy elegantes pero pasados de tragos, le dijeron: ¡Humm, Shango tá vení! Ella los miró de reojo y continuó.

El show comenzó con un oppening rimbombante, luces multicolores. Todo el elenco se mostraba en la cortina musical. Cuando por fin la estrella salió, fue recibida con fuertes aplausos. ¡Estaba regia! En medio de su actuación los mismos borrachos insoportables, la interrumpían constantemente: ¡Aquí tá Shango, que te vino a ver! Con todo lo que implica detener un espectáculo después de comenzado, se llevó una mano a la frente para evadir el exceso de luz que provenía de los focos dirigidos hacia el escenario y le dijo al sonidista: Párame la música un momentico ahí, maestro – Y dirigiéndose a los cuatro graciosos los increpó: Fíjense bien estos muchachos, yo no conozco a ese compañero, saben, a mí Uds. no me van a perjudicar.

Tras dejar bien claro a los provocadores, que ella no conocía al compañero Shangó, tan mal visto política e ideológicamente en esa época, todo continuó con normalidad.

Años después le comenté este hecho a mi amigo Codina, que había sido productor del Copa Rum del Hotel Habana Riviera, en los primeros años de la revolución, cuando las producciones de cabaret pasaban, antes de ser estrenadas, por una comisión del antiguo Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT), para recibir el visto bueno.

Por él supe, que en una revista que dirigió muy subidita de tono, prefirió quitar algunas frases, el día que dicha comisión tenía programada la inspección. Ella estaba muy nerviosa y en medio de su actuación, de repente se detuvo, caminó hasta el proscenio y dirigiéndose a la oscuridad gritó: ¿Codina, en esta parte es donde no va lo que quitaste del guión?  Mi amigo me confesó que la hubiera estrangulado de buena gana esa noche, pero los integrantes del jurado, además de reírse mucho, se hicieron los suecos.

Otro día mientras hacían obras en el hotel, los artistas accedían a los camerinos, pasando por la cocina y un maestro culinario, enorme de peso y tamaño, le dijo con antipatía: ¿Señora Usted es ésa que canta tan mal allá arriba? Con la rapidez de un lince ella le respondió: Yo sí  ¿Y Usted es ése que cocina tan mal aquí abajo?

Ya trabajando en el Departamento de Cultura del Parque Lenin, dirigí un espectáculo musical en el Anfiteatro que se llamó Esperando el verano. El elenco era maratoniano e incluía, entre otros, a María Elena Pena, el Cuarteto Los Modernistas, Los Amigos, a Los Magnéticos y como no, a la impredecible comediante.

Se me ocurrió utilizar un play back de ella y llevarla hasta una de las isletas que rodeaban la balsa circular flotante, construida por astilleros Chullima.
Comenzó el espectáculo y mientras transcurría el tiempo, oscureció. Cuando por fin el refinado animador anunció su actuación, un potente seguidor de luz plana, alumbró la pequeña isla y para sorpresa de todos, no había nadie. Desde abajo le indiqué a los luminotécnicos que dirigieran varios reflectores hacia el agua en busca del bote y allí estaban, en medio del lago, intentando a toda velocidad llegar a la escalera de acceso a la pista-escenario. Ella que debía micrófono en mano, doblar el número musical que se escuchaba, gritaba y pataleaba, golpeándose como si se flagelara. Entonces comprendí que los mosquitos, en proporciones incalculables, se la estaban comiendo viva.

Realmente, no tuve en cuenta a los insectos para nada a la hora de redactar el guión. Cuando por fin descendió de la embarcación, venía con la peluca en la mano, que le había servido para ahuyentar a los sedientos dípteros. Tenía sus pelos recogidos en innumerables moñitos, con el rostro descompuesto y desafiante, le arrebató el micrófono al presentador y vociferó: ¿Dónde está el mariquita que se le ocurrió meterme en esa isla horrorosa?

Imaginarán que llena de picaduras, esa fue toda su actuación de aquella noche, pero bastó para que los cerca de dos mil espectadores se rieran y la aplaudieran hasta el delirio. Yo me escondí en un camerino, desde donde podía oír a María Elena Pena consolarla.

En otra ocasión organicé un programa para las noches del domingo con la cantante Marusha y el guitarrista Pedro Cañas como figuras principales. Se creó un ambiente muy agradable en la terraza posterior de la Casa de la Popularidad.

Acudió una de esas noches, como invitado especial, Ruben de Falco, un actor brasileño muy popular en Cuba por su actuación en la telenovela La Esclava Isaura, capaz de paralizar el país en su horario de transmisión. A ella también la incluimos en el programa.

Para limar asperezas, fui personalmente a recogerla a su casa en Centro Habana. Cuando toqué la vieja y destartalada puerta  del cuartico como le gustaba llamar a su apartamento, escuchamos su voz: No Papi, no salgas del baño, espera que ya abro yo. Nos atendió, dejando justo el espacio por donde asomó su rostro: Soy yo, Carlos Bretón, del Parque  Lenin. Esperamos cinco minutos y salió con el candado de fabricación china, más grande que yo he visto en todos los días de mi vida. Pasó una enorme cadena entre sendos agujeros que había en el marco y la puerta y cerró.

El chofer y yo nos miramos atónitos  y con la inocencia de un niño, El Ruso, como cariñosamente le decíamos en el Parque, le preguntó: ¿Eh, pero tú dejas encerrado a tu marido? Sin inmutarse echó a andar y mirando para todos lados, como quien se siente espiada le respondió: Qué marido, ni qué marido, niño. Eso lo hago yo por si es algún ladrón que quiera robarme mis joyas.

Antes de comenzar el espectáculo bromee con todo el equipo técnico pidiéndoles que nos persignáramos, pero de nada valió, porque una vez dueña de la escena y ante el horror de Ruben de Falco, se abalanzó sobre él, gritando: Llévame al tronco Leoncio, al tronco. El duro y malvado Leoncio personaje que encarnó el actor en la antes mencionada telenovela, se inclinaba hacia atrás, todo lo que la silla de extensión le permitía, mientras dos ayudantes la reconducían, enredada en los cables del micrófono. El público se  divertía con regocijo.

Una noche mientras actuaba, alguien del equipo técnico le pasó una nota para que saludara al gran actor español fallecido Paco Rabal, que se encontraba en el público en una de sus visitas a Cuba. Ella, toda ceremoniosa le dedicó unas palabras: Amigos, en el público hay una famosa personalidad, es un hombre que hace unos perfumes maravillosos. ¡Ay, como me gustan tus perfumes Paco!

En Bellas Artes la incluí en un elenco para homenajear al ceramista Alfredo Sosabravo. Este hecho generó algunas presiones de elitistas internos y externos. Por eso me decidí a presentarla esa noche yo mismo y estas fueron mis palabras; Buenas noches, muchos son los criterios sobre el arte, sobre como debe llegar al pueblo y quienes lo deben hacer llegar, pero el hombre desde tiempos muy remotos ha sentido siempre la necesidad de enriquecer su vida y hacerla  agradable. Por eso surgieron, juglares en sus carromatos, cantantes, bailarines, pintores, actores, humoristas, músicos y una gama muy amplia de facetas artísticas que ha llegado hasta nuestros días. Hay ocasiones en que reímos y no siempre por algo muy importante, pero esta noche lo haremos con una persona que ha hecho reír a varias generaciones. Una artista forjada en tiempos difíciles y que ha dicho que hay que reír, “porque ese debe ser el sentido de la vida”. Una mujer cubana que es muy tremenda y muy nuestra a pesar de quienes enrarecen la atmósfera con gases supraculturales, que en esencia son al final y en realidad, criterios seudoculturales. Identifíquenla Uds. porque ella  es única e irrepetible.

Desde el follaje natural del escenario, que había en el patio interior del Palacio de Bellas Artes, salió ella con los acordes de un back ground, contoneándose suavemente con toda su gracia afrocubana, enfundada en un traje leopardado que según dijo, le regaló su amiga Raffaela Carrá e hizo retumbar el edificio con su grave y potente voz.

Mamá no la soportaba porque decía que Juana no hacía nada. Intentaba explicarle, ya con la madurez de mis conocimientos como Director Artístico, que la Bacallao no necesita hacer nada, que con salir a un escenario en silencio, ya era todo un personaje. Lo que suceda de ahí en adelante es impredecible. Nunca comprendió mi madre, que hay personas que nacen para ser estrellas y con talento innato que las hace imperecederas.

Es el caso de Amelia Martínez, una artista que se ha hecho a sí misma y que por décadas se ha mantenido en los escenarios de Cuba y el extranjero. Para mí es sencillamente genial y guste o no, que para gusto se han hecho los colores, hay que respectar su trayectoria personal, su carrera artística, su talento.


Por Carlos Bretón. 





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