domingo, 10 de julio de 2011

Fredrika Bremer; Sabores desde Cuba

El agua del puerto parecía clara como el cristal, y el aire y los colores eran de la más diáfana transparencia y serenidad. Entre los objetos que me llamaron la atención se destacan la fortaleza donde están encerrados los prisioneros, otra prisión y... la horca. Pero las bellas palmeras ondulantes, las verdes colinas, encantaron mi vista. 
                                                                                 Fredrika Bremer. La Habana, 1851. 





¿No parece un acto morboso que la Bremen, en sus cartas desde Cuba, le narrara a su hermana cómo mordía los suculentos mangos y el recorrido que hacía por su mentón el jugo de esta fruta tropical? De cómo, el agua de coco le bañaba el rostro, mientras pretendía hacer coincidir el chorro del diurético líquido con su boca. O cuando mordisqueaba y chupaba la caña de azúcar recién cortada.


Fue tan explícita Fredrika, que imagino lo que debió sufrir su hermana comiendo lo único que había en Suecia en esa época; papas, manzanas, que las pobres de jugosas no tienen nada y Surströmming: arenque agrio metido en esas aguas putrefactas y fétidas (herencia de los vikingos) Pero no, en el volumen epistolar todo parece indicar, que una disfrutaba escribiendo y la otra leyendo. Yo también, porque la verdad que “Cartas desde Cuba” es una deliciosa imagen del paso de esta mujer, profundamente humanista y feminista, por la isla caribeña.

¿Qué hizo a esta ilustrada mujer, tomar la decisión de viajar a Cuba desde Nueva Olrléans? Ella misma lo responde cuando antes de zarpar, se despide de su amigo Böklin en Copenhague; “Mi viaje a América se basa en la necesidad de abrazar, de abarcar un mundo mas grande”. Estoy seguro que fue esta determinación lo que hizo posible que en 1851, llegara a La Habana.

Cuando comencé a consultar bibliografía,  me llamó la atención, cómo podía una mujer de esa época viajar sola por el mundo, con ideas tan claras, visitando nada menos que Estados Unidos y Cuba, sociedades considerablemente clasistas y conservadoras,  machistas y discriminatorias.

No se puede uno permitir hacer una valoración de esta actitud independiente y valiente de la Bremer, sin percibir cómo fue su vida, y esto se logra leyendo sus primeros libros, sobretodo “Cuadros de la vida diaria”. Es aquí donde conocemos bastante bien a su familia y las relaciones entre sus miembros, sobretodo padres e hijos, o más bien el padre tirano e hijas. El carácter independiente de Fredrika, su vocación literaria y artística y su simpatía por las nuevas tendencias liberales de emancipación que el romanticismo había traído consigo, chocaron lógicamente con las ideas de su progenitor.


Sin temor a las dificultades o a los peligros, decide sola emprender un camino sin retorno ante el estupor de su parentela y amigos. Europa le queda chica. Inicia entonces un largo peregrinaje que la lleva a New York, New Orléans, Boston, Misisipi, La Habana, Matanzas, Jerusalén, Roma, Malta, Egipto, Turquía, Grecia y los países balcánicos. Sí, es una mujer sola, pero acorazada por sus experiencias, conocimientos acumulados, sensibilidad humana, arte y estilo, vertidos con lógica fusión en su literatura que es ya sempiterna.

Con su sombrerito de paja y su cuaderno de dibujos, esta señorita sueca, exalta la naturaleza cubana, hasta en los mínimos detalles, incluye dibujos de las palmas reales y su fruto; el palmiche. Hace un perfil claro de la arquitectura colonial, de los cafetales y cañaverales, plantas y animales, de sus tertulias en los salones de las adineradas familias españolas. Al mismo tiempo que cuenta como vivían los esclavos, su dolor por el tratamiento que reciben y la compra de algunos africanos, sin otro fin que el de darles la libertad.

En medio del calor y la humedad de la isla, en ocasiones asfixiante, una alegría inmensa; el encuentro con su compatriota Jenny Lind, que actúa en La Habana, como parte de una gira americana. Junto a la famosa soprano pasea por la Alameda de Paula, por la calle Obispo y la Plaza de Armas.

De sus numerosas novelas sólo he leído dos; “Nina” (1835) y “La Casa (1857) pero son suficiente para reconocer en Frederica Bremen
(1801-1865) una talentosa escritora, muy preocupada, por la naturaleza y por cómo podemos ser mejores personas.


Por: Carlos Bretón


Estatua de bronce dedicada a Fredrika Bremer en el
parque Humlegården de Estocolmo 


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