Visita a Tranås, la ciudad natal de Herman Norrman.
(2da Parte)
Por: Carlos Bretón.
- Bah, a ese smålandés puedes abandonarlo en un arrecife en medio del mar en compañía de una cabra, y es capaz de salir adelante.
Carl Larsson, pintor y maestro.
Definición sobre Herman Norrman.
Después de tomar 2 trenes, llegué a la Comuna de Tranås procedente de Estocolmo, salvando una distancia de casi 300 kilómetros hacia el sur. La estación y sus alrededores tienen el estatus pueblerino de sus similares del mundo. Desde el andén, hice un rápido reconocimiento de los alrededores y no tuve prácticamente ninguna dificultad para llegar al lugar donde pernoctaría.
La calle de la Terminal ferroviaria, desemboca en la gran avenida principal de la ciudad. Es la más ancha, pero solo mide aproximadamente mil quinientos metros de longitud.
Las aceras son espaciosas, con jardineras floridas y áreas para peatonales y ciclistas, bordeando una doble vía con separadores intermedios y hermosas rotondas.
En ese entorno, encontré mi Hotel Åberg al filo de las dos de la tarde. Me encantó su arquitectura provinciana, un clásico edificio del siglo diecinueve muy bien conservado, que regenta una familia cuyas atenciones, me hicieron sentir muy cómodo.
En la recepción, por causa del coronavirus, no había nadie en el momento de mi llegada, lo que no fue una sorpresa porque tan amable y diligentemente ya me habían enviado un mensaje durante el trayecto en el tren, donde me comunicaban que subiera directamente a la habitación 211 en el segundo piso, que la habían dejado lista y abierta y con la llave encima del secreter. También me indicaban que había una carpeta sobre el buró con suficiente información del Hotel y su código wifi.
Mi pieza no podía estar mejor ubicada. Su única ventana daba hacia Storgatan. Y lo que más me emocionó fue descubrir que la casa donde vivió Herman Norrman, estaba justo frente a mi cuarto. Fue algo no programado, pero sin embargo, agradecí aquella coincidencia. Quedé largo rato contemplando su hogar e imaginando como sería la cotidianeidad del pintor.
Hasta de madrugada no pude resistir la tentación de acercarme a la ventana y espiar, cuando sobretodo y de pronto, se encendió una luz en la casa en medio de tanta tranquilidad y silencio. ¿Sería él? Por supuesto que no, imagino, seguramente algún ocupante actual.
Todas mis actividades de homenaje a Norrman las había programado para la mañana siguiente. Justo frente a la Estación de Ferrocarril, hay una estatua en bronce encargada por la municipalidad al escultor Thomas Qvarsebo. Es la figura del hijo ilustre de Tranås de pie frente a un caballete, un pincel en su mano derecha y una paleta que sustentada por su dedo pulgar, se apoya en todo su antebrazo izquierdo.
Fue el sitio que había escogido desde Estocolmo mientras preparé mi viaje, para colocar la célebre rosa blanca que nuestro Martí cultivó en sus versos sencillos, en junio como en enero. Y quién mejor que un amigo sincero para recibir una ofrenda que había venido planificando prodigarle desde hacía mucho, incluso años.
Durante el primer seminario de estudios martianos que se celebró en Suecia en mayo de 2013, conversando con el embajador de Cuba de entonces, Francisco Florentino, con la Doctora Clotilde Proveyer, agregada cultural, con Ola Nilsson, presidente de la Asociación José Martí de la ciudad de Malmö y con Flor Nodal de la Editorial Gente Nueva, surgió la idea de viajar a la ciudad natal de Norrman, pero se fue posponiendo por distintas razones, hasta que decidí que no pasaría de este año.
Junto a la rosa blanca coloqué un afiche con la fotografía impresa del cuadro que Norrman hizo de nuestro apóstol y una inscripción en sueco; “I New York, målade konstnären Herman Norrman, runt 1890, porträtter av den största av alla kubaner; José Martí. Herr Norrman, Kuba tackar dig och kommer alltid att minna dig” (En Nueva York, pintó el artista de la plástica Herman Norrman, alrededor de 1890, al más grande de todos los cubanos; José Martí. Señor Norrman, Cuba le agradece y siempre lo recordará)
Algunos transeúntes curiosos al verme rondar el monumento tanto tiempo, se acercaron y comenzaron a leer el mensaje que con una cinta había dejado junto a la tarja, también de bronce, con su nombre, los años de nacimiento y muerte y el nombre del autor de la escultura.
Norrman es muy venerado en su pueblo natal, sienten un orgullo especial por ostentar un pintor de su talla e inclusive conversé allí en aquel parquecito, con una maestra, que me dio una información aparentemente superflua, pero que para mí se convirtió en un testimonio de la importancia del artista; En las Folk- och fortsättningsskolor de la comuna (Primarias y secundarias) se estudia su vida y obra.
También llegó un anciano que se sumó a la conversación y dijo que su papá contaba en casa como su padre de niño veía a Norrman pintar junto al lago en pleno invierno, le gustaba la niebla, y prosiguió diciendo que su abuelo se asustaba un poco, porque parecía una figura fantasmal y difusa enorme en medio de la bruma. Antes de marcharme le pregunté su nombre, y con una sonrisa tímida musito; Eskil Artberg III.
A las once de la mañana tenía previsto un encuentro, ya pactado, con algunos especialistas del museo municipal de Tranås y cinco estudiantes locales de pintura. También se sumó la directora de la institución. Ellos hubieran querido que mi intervención tuviera mayor repercusión y fuera una actividad masiva, pero en tiempos de la covid-19, cualquier precaución es poca con el tema de los aforos.
De cualquier manera, tengo que describir este encuentro de muy satisfactorio. Ellos tuvieron la deferencia de mostrarme obras de Norrman, que incluso no estaban expuestas, y yo, hablé con gran pasión de nuestro Martí, de su relación con el pintor sueco, siempre haciendo referencia bibliográfica de los escritores que he estudiado sobre esta materia; Blanche Zacharie de Baralt, René Vázquez Díaz o Ulf Hård af Segerstad, este último publicó una biografía de Norrman, en la cual, dedica a su relación con Martí tres páginas. Finalmente respondí a una interrogante de los jóvenes estudiantes de arte; ¿Dónde está ahora ese cuadro de Herr Norrman?
¿Dónde mejor? En su Casa Natal de La Habana Vieja que hoy es un museo, concluí.
A propósito de la casa del apóstol, mi última parada fue visitar la vivienda de Herman Norrman, que como ya dije, queda justo frente al hotel donde me hospedé. Me llamó poderosamente la atención una coincidencia más entre ambos; que su morada tiene el mismo tono ocre intenso que la de Martí en La Habana Vieja.
Lamentablemente no es un museo, la habitan otros inquilinos, e incluso en su planta baja hay ahora un negocio, pero tras pedir autorización, se me permitió ascender al segundo piso y al ático, que han mantenido casi intactos.
Me corroboraron que ese color amarillo lo ha tenido siempre la edificación en su exterior, desde la época en que la ocupó el pintor entre 1987 hasta su muerte en 1906.
Me senté en un saloncito, que está ubicado inmediatamente después de las escaleras, como una especie de hall o descansillo. Sus butacas y sofá antiquísimos son de un bermellón intenso. Entonces como adivinando mis deseos, me dejaron solo para que meditara. ¡Qué gran privilegio! Estaba sentado en casa de Herman Norrman, el artista que tuvo la oportunidad excepcional de pintar a Martí en vida y posando para él.
Ya bien entrada la tarde, regresé a la vieja estación para tomar el tren con destino a Estocolmo. Durante el viaje, hice una retrospectiva de lo que viví en aquella pequeña ciudad de Småland y me sentí lleno de gozo, porque en representación de mis compatriotas, había cumplido con el deber de rendir tributo a uno de los amigos del maestro durante su estadía neoyorquina.
Casa de José Martí en La Habana Vieja. |
Casa de Herman Norrman en Tranås. Småland |
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