Promoción Cultural
Mi objetivo es interactuar con la red, compartiendo artículos, relatos, homenajes, fotos del acontecer cultural cubano e internacional. Los artistas que me inspiran y personalidades que han dedicado su vida a la promoción cultural. Intentaré que nadie sea olvidado.
lunes, 21 de septiembre de 2020
“Zdrástvujtye tovarishch”
domingo, 20 de septiembre de 2020
Visita a Tranås, la ciudad natal de Herman Norrman. 2da parte.
Visita a Tranås, la ciudad natal de Herman Norrman.
(2da Parte)
Por: Carlos Bretón.
- Bah, a ese smålandés puedes abandonarlo en un arrecife en medio del mar en compañía de una cabra, y es capaz de salir adelante.
Carl Larsson, pintor y maestro.
Definición sobre Herman Norrman.
Después de tomar 2 trenes, llegué a la Comuna de Tranås procedente de Estocolmo, salvando una distancia de casi 300 kilómetros hacia el sur. La estación y sus alrededores tienen el estatus pueblerino de sus similares del mundo. Desde el andén, hice un rápido reconocimiento de los alrededores y no tuve prácticamente ninguna dificultad para llegar al lugar donde pernoctaría.
La calle de la Terminal ferroviaria, desemboca en la gran avenida principal de la ciudad. Es la más ancha, pero solo mide aproximadamente mil quinientos metros de longitud.
Las aceras son espaciosas, con jardineras floridas y áreas para peatonales y ciclistas, bordeando una doble vía con separadores intermedios y hermosas rotondas.
En ese entorno, encontré mi Hotel Åberg al filo de las dos de la tarde. Me encantó su arquitectura provinciana, un clásico edificio del siglo diecinueve muy bien conservado, que regenta una familia cuyas atenciones, me hicieron sentir muy cómodo.
En la recepción, por causa del coronavirus, no había nadie en el momento de mi llegada, lo que no fue una sorpresa porque tan amable y diligentemente ya me habían enviado un mensaje durante el trayecto en el tren, donde me comunicaban que subiera directamente a la habitación 211 en el segundo piso, que la habían dejado lista y abierta y con la llave encima del secreter. También me indicaban que había una carpeta sobre el buró con suficiente información del Hotel y su código wifi.
Mi pieza no podía estar mejor ubicada. Su única ventana daba hacia Storgatan. Y lo que más me emocionó fue descubrir que la casa donde vivió Herman Norrman, estaba justo frente a mi cuarto. Fue algo no programado, pero sin embargo, agradecí aquella coincidencia. Quedé largo rato contemplando su hogar e imaginando como sería la cotidianeidad del pintor.
Hasta de madrugada no pude resistir la tentación de acercarme a la ventana y espiar, cuando sobretodo y de pronto, se encendió una luz en la casa en medio de tanta tranquilidad y silencio. ¿Sería él? Por supuesto que no, imagino, seguramente algún ocupante actual.
Todas mis actividades de homenaje a Norrman las había programado para la mañana siguiente. Justo frente a la Estación de Ferrocarril, hay una estatua en bronce encargada por la municipalidad al escultor Thomas Qvarsebo. Es la figura del hijo ilustre de Tranås de pie frente a un caballete, un pincel en su mano derecha y una paleta que sustentada por su dedo pulgar, se apoya en todo su antebrazo izquierdo.
Fue el sitio que había escogido desde Estocolmo mientras preparé mi viaje, para colocar la célebre rosa blanca que nuestro Martí cultivó en sus versos sencillos, en junio como en enero. Y quién mejor que un amigo sincero para recibir una ofrenda que había venido planificando prodigarle desde hacía mucho, incluso años.
Durante el primer seminario de estudios martianos que se celebró en Suecia en mayo de 2013, conversando con el embajador de Cuba de entonces, Francisco Florentino, con la Doctora Clotilde Proveyer, agregada cultural, con Ola Nilsson, presidente de la Asociación José Martí de la ciudad de Malmö y con Flor Nodal de la Editorial Gente Nueva, surgió la idea de viajar a la ciudad natal de Norrman, pero se fue posponiendo por distintas razones, hasta que decidí que no pasaría de este año.
Junto a la rosa blanca coloqué un afiche con la fotografía impresa del cuadro que Norrman hizo de nuestro apóstol y una inscripción en sueco; “I New York, målade konstnären Herman Norrman, runt 1890, porträtter av den största av alla kubaner; José Martí. Herr Norrman, Kuba tackar dig och kommer alltid att minna dig” (En Nueva York, pintó el artista de la plástica Herman Norrman, alrededor de 1890, al más grande de todos los cubanos; José Martí. Señor Norrman, Cuba le agradece y siempre lo recordará)
Algunos transeúntes curiosos al verme rondar el monumento tanto tiempo, se acercaron y comenzaron a leer el mensaje que con una cinta había dejado junto a la tarja, también de bronce, con su nombre, los años de nacimiento y muerte y el nombre del autor de la escultura.
Norrman es muy venerado en su pueblo natal, sienten un orgullo especial por ostentar un pintor de su talla e inclusive conversé allí en aquel parquecito, con una maestra, que me dio una información aparentemente superflua, pero que para mí se convirtió en un testimonio de la importancia del artista; En las Folk- och fortsättningsskolor de la comuna (Primarias y secundarias) se estudia su vida y obra.
También llegó un anciano que se sumó a la conversación y dijo que su papá contaba en casa como su padre de niño veía a Norrman pintar junto al lago en pleno invierno, le gustaba la niebla, y prosiguió diciendo que su abuelo se asustaba un poco, porque parecía una figura fantasmal y difusa enorme en medio de la bruma. Antes de marcharme le pregunté su nombre, y con una sonrisa tímida musito; Eskil Artberg III.
A las once de la mañana tenía previsto un encuentro, ya pactado, con algunos especialistas del museo municipal de Tranås y cinco estudiantes locales de pintura. También se sumó la directora de la institución. Ellos hubieran querido que mi intervención tuviera mayor repercusión y fuera una actividad masiva, pero en tiempos de la covid-19, cualquier precaución es poca con el tema de los aforos.
De cualquier manera, tengo que describir este encuentro de muy satisfactorio. Ellos tuvieron la deferencia de mostrarme obras de Norrman, que incluso no estaban expuestas, y yo, hablé con gran pasión de nuestro Martí, de su relación con el pintor sueco, siempre haciendo referencia bibliográfica de los escritores que he estudiado sobre esta materia; Blanche Zacharie de Baralt, René Vázquez Díaz o Ulf Hård af Segerstad, este último publicó una biografía de Norrman, en la cual, dedica a su relación con Martí tres páginas. Finalmente respondí a una interrogante de los jóvenes estudiantes de arte; ¿Dónde está ahora ese cuadro de Herr Norrman?
¿Dónde mejor? En su Casa Natal de La Habana Vieja que hoy es un museo, concluí.
A propósito de la casa del apóstol, mi última parada fue visitar la vivienda de Herman Norrman, que como ya dije, queda justo frente al hotel donde me hospedé. Me llamó poderosamente la atención una coincidencia más entre ambos; que su morada tiene el mismo tono ocre intenso que la de Martí en La Habana Vieja.
Lamentablemente no es un museo, la habitan otros inquilinos, e incluso en su planta baja hay ahora un negocio, pero tras pedir autorización, se me permitió ascender al segundo piso y al ático, que han mantenido casi intactos.
Me corroboraron que ese color amarillo lo ha tenido siempre la edificación en su exterior, desde la época en que la ocupó el pintor entre 1987 hasta su muerte en 1906.
Me senté en un saloncito, que está ubicado inmediatamente después de las escaleras, como una especie de hall o descansillo. Sus butacas y sofá antiquísimos son de un bermellón intenso. Entonces como adivinando mis deseos, me dejaron solo para que meditara. ¡Qué gran privilegio! Estaba sentado en casa de Herman Norrman, el artista que tuvo la oportunidad excepcional de pintar a Martí en vida y posando para él.
Ya bien entrada la tarde, regresé a la vieja estación para tomar el tren con destino a Estocolmo. Durante el viaje, hice una retrospectiva de lo que viví en aquella pequeña ciudad de Småland y me sentí lleno de gozo, porque en representación de mis compatriotas, había cumplido con el deber de rendir tributo a uno de los amigos del maestro durante su estadía neoyorquina.
Casa de José Martí en La Habana Vieja. |
Casa de Herman Norrman en Tranås. Småland |
Visita a Tranås, la ciudad natal de Herman Norrman. 1ra parte.
Visita a Tranås, la ciudad natal de Herman Norrman.
(1ra Parte)
Por: Carlos Bretón.
“La composición destaca, en primer plano, la singular figura a la que sirven de fondo los libros amados…Martí está escribiendo o en actitud de quien escribe. Nada hay forzado en la pose. La inmaculada hoja, sobre la mesa, espera la apasionada presión de una pluma que no conoce el descanso…”
Loló de la Torriente.
(Periodista y crítica de arte. 1907-1985)
Fue de la mano de mi primera maestra; Norma. Una mulata siempre elegantemente vestida, de voz dulce, pero firme, que tocaba el piano y mantenía a todas horas en sus manos sudorosas un pañuelito blanco bordado. Cómo puedo retener su imagen aún, no es la pregunta, sino, hasta qué punto esa señora influyó positivamente en mí, cuando tenía tan corta edad.
Nos leía fragmentos de los versos sencillos y de la “Edad de Oro”, esa revista que el maestro escribió para los niños y que solo pudo salir de la sensibilidad del hombre más honesto del que tendrá jamás conocimiento la historia de Cuba, pasada, presente y futura.
Después, en la secundaria básica; el poemario Ismaelillo. Descarga emocional que dedica integro a su hijo y que contiene La Tórtola Blanca, mi favorito. Un símbolo de pureza, frente a una alta sociedad malsana. Siempre digo a los que no gustan de leer, que escuchen la interpretación de la trovadora Teresita Fernández, a través de la cual, se puede sentir este poema desgarrador en toda su dimensión.
En el preuniversitario, comencé a consultar ávido sus obras completas y seguir plumas imprescindibles como las de Cintio Vitier y Fina García Marruz, a la hora de estudiar con espíritu comprensivo la gigantesca vida y obra de nuestro Martí.
Pienso muchas veces, indignado con el destino que nos lo arrebató a sus 42 años, la repercusión excepcional que, este hombre pequeño en estatura pero enorme en pensamientos y actitudes, hubiese sido nuestro primer presidente. ¡Qué desgracia su muerte prematura para la patria! Sobre todo, para dar paso a un segundogénito, que muchos lo siguen llamando don, como si fuera un título nobiliario, pero para mí no pasará de ser un mamarracho y una mancha en nuestra historia. “Don” Thomas Estrada Palma, que prácticamente vendió la isla y permitió una enmienda que nos puso a merced de la voracidad geográfica del ambicioso vecino norteño, quien se enroló en la guerra mambisa contra España a última hora, solo para recoger los peces en río revuelto.
Dudo sinceramente que nazca otro cubano como José Martí. Tan multifacético y abarcador. Capaz de conocer con exquisita naturalidad el arte en todas sus manifestaciones, la historia y la geografía, de ejercer la crítica literaria y el periodismo, traducir libros y artículos, de escribir su prosa elegante y sus poemas, de ser el maestro y el guía, de representar, como diplomático, a varios países de su amada América hispana en importantes eventos panamericanos.
De conspirar contra la dominación española, sin perder de vista al otro naciente dominio que amenazaba de manera primigenia con devorarlo todo, de organizar un partido político y con él, a toda la diáspora patriótica.
Pareciera, cuando se enumera todo el bregar martiano, que se está hablando de varios hombres y no de uno solo. Pero no, fue él quien con elocuencia enardecía a los tabaqueros cubanos en el Instituto San Carlos de Cayo Hueso, el fundador del Partido Revolucionario Cubano, el que envió armas a la isla, el que preparó al detalle la guerra necesaria, el que finalmente desembarcó en Playitas, para participar en la lucha armada y caer mortalmente herido en Dos Ríos.
Todo eso, aunque yo no lo podía percibir aun, estaba resumido en un cuadro que pendía de una de las paredes del aula de mi escuela, evidentemente una reproducción del original, que está expuesto en la Casa Natal de Martí en la calle Paula de la Habana Vieja.
Como muchos en Cuba, niños o adultos, conocía bien poco sobre la historia de aquella obra, surgida de la paleta de un joven pintor sueco.
Sin embargo, lo revelador fue, cuando laborando en el Museo Nacional de Bellas Artes, descubrí que el cuadro en cuestión, es el único para el que José Martí posó en vida. Llamo la atención de la lejana fecha en que oí hablar con detalle por primera vez de Herman Norrman. Fue a Durán, un restaurador del museo, mientras organizábamos una muestra de varios pintores cubanos dedicada al apóstol.
Muchos son los artistas de la plástica, incluso hasta en la actualidad, que han materializado póstumamente la imagen del maestro, utilizando desde el óleo sobre lienzo, pasando por dibujos y grabados, hasta serigrafías y litografías, sin desconocer las numerosas obras escultóricas o cerámicas; Jorge Arche, Carlos Enríquez, Raúl Martínez, Arístides Hernández, Santoserpa, Lesvia Vent Dumois, Fabelo, y muchos etcéteras.
La escritora estadounidense Blanche Zacharie de Baralt, que conoció al pintor y fue amiga entrañable del patriota cubano, conmina, en su obra literaria “El Martí que yo conocí”, a los futuros artistas de la plástica a estudiar “detenidamente aquel retrato que tiene el sello de su espíritu, su carácter esencial”
¿Por qué Martí le dedicó parte del tiempo que mayoritariamente le escaseaba, a un desconocido Norrman, teniendo tantos amigos pintores? El joven trotamundos sueco, era un perfecto desconocido y sin embargo, fue para el único pintor que posó
El escritor cubano René Vázquez Díaz, lo refleja de la siguiente manera: …el Apóstol estaba rodeado de pintores que eran íntimos amigos suyos, por ejemplo Juan Peoli, de quien Martí escribiera: "Y ahí está todo el arte de Peoli: leal en el dibujo, sabio en los matices, huraño y melancólico en el color, indefinido en las creaciones, y aun etéreo". Otros artistas cercanos a Martí eran Federico Edelmann (1869-1931), Patricio Gimeno (1865-1940), Enrique Estrázulas (1848-1905) así como el creyonista y fino pintor Guillermo Collazo (1890-1896). En la época neoyorquina de Martí, Collazo (a quien Julián del Casal definió como "refinado, exquisito y primoroso") también se hospedaba en casa de Mantilla.
José María Mora, el encumbrado dibujante y fotógrafo de Broadway también conocía a Martí. Todos eran artistas reconocidos, cuyo arte Martí apreciaba y a los que veía con frecuencia. (Fin de la cita)
Cuando Herman Norrman llegó a New York en 1887, había pasado mil vicisitudes para poder cumplir su sueño de pintar. A los 17 años, abandona su pueblo y se va a Estocolmo, donde tiene que trabajar muy duro, para poder asistir a clases nocturnas de la Escuela de Artes Industriales, hasta que en 1885 ingresa en la Real Academia de Bellas Artes de la capital sueca. Lamentablemente, un año después, tiene que abandonarla por falta de recursos.
Entonces en su desesperada búsqueda, viaja a Gotemburgo y tiene algo de suerte; estudia con el famoso pintor Carl Larsson, aunque finalmente no puede continuar sin sustento y toma la decisión desesperada, con algo de ayuda económica de su maestro, de emigrar a América.
Formaba parte de los 900 mil inmigrantes suecos que habían viajado a Estados Unidos en busca de una vida mejor, en un período de crisis y extrema pobreza en el país nórdico.
En la importante y creciente urbe norteamericana, trabajó como estibador en el puerto, hasta que consigue un empleo en un taller de decoración. Fue entonces cuando conoció a varios pintores, entre ellos, el cubano Federico Edelmann y el peruano Patricio Gimeno, que le cuentan entre lecciones de inglés y conversaciones, de la existencia de un cubano excepcional.
Tan reiteradas eran las alusiones de sus amigos a Martí, que interesado en conocerlo, va un día con Edelmann a la oficina del 120 de Front Street y ocurre la magia. La admiración fue mutua desde el mismo día en que fueron presentados.
Otra vez, no encuentro mejor descripción para este momento, que la realizada por Vázquez Díaz cuando escribe: Aunque sea una incógnita pequeña y marginal, todavía hoy esa hazaña artística del sueco Herman Norrman sigue siendo un misterio para la historia de Cuba. Lo que se ha supuesto, con razón, es que Martí experimentó una simpatía inmediata por un joven pintor escandinavo que no era refinado, exquisito ni primoroso…Pero lo que hay que preguntarse es: ¿en virtud de qué cualidades personales del pintor (las de Martí ya las conocemos) surgió aquella fraternidad efusiva que desembocó en un retrato de valor impagable? (Fin de la cita)
Quizás la respuesta me la dio, investigando detenidamente en su libro, Zacharie de Baralt, cuando reseña que el joven artista nórdico “…cayó, como tantos, bajo el hechizo de su palabra y quiso retratarlo”
Y lo hizo, cuidando y legando a la posteridad todos los detalles de un Martí viviente, real, en carne y hueso, como bien escribe en un artículo la periodista Josefina Ortega, que aposta: “La sortija que aparece en uno de los dedos de su mano izquierda, un recordatorio trágico que su mamá siempre quiso llevara consigo, fue hecha con un eslabón de la cadena del grillete que sufrió en presidio siendo casi un niño, y tenía la palabra Cuba tallada en grandes letras”. (Fin de la cita)
El escritor Ulf Hård af Segerstad, nacido en Uppsala en 1915, viajó a Tranås y recogió testimonios a comienzos de los años 40 del pasado siglo sobre Herman Norrman, cuando todavía vivían algunos conocidos y discípulos del pintor. En el volumen resultante publicado posteriormente, describe las relaciones del chico con su padre. Un rudo curtidor, nada afable con el hijo al que reprime constantemente al verlo abstraído contemplando los paisajes de Småland. Muchas veces lo abofeteaba por no escuchar lo que le dice. Entonces, el joven le dijo en una ocasión; “Padre, si usted fuera capaz de ver toda la belleza que yo veo, no me hubiera pegado”.
Aquí se me antojan, similitudes de Norrman con Martí, porque aunque este último se reconcilió con Don Mariano, la relación padre-hijo no fue nada fácil. Y no es la única coincidencia, porque ambos eran honestos, con un alto sentido de la lealtad y como colofón, fallecen a los 42 años en diferentes épocas.
Después de su paso por Nueva York, el pintor sueco se dirige a París, en donde residió un año, pintando y adiestrándose, para finalmente regresar, como siempre deseó, a su terruño natal. Y es aquí donde pone en práctica, casi inmediatamente, lo que imagino fue una influencia de su relación con Martí; Instaura en su pueblo un centro de educación artística para artesanos sin recursos. Quizás una réplica sueca de la “Sociedad Protectora de Instrucción La Liga”.
Pintó muchos retratos, pero sobre todo a su Småland amada, grandes extensiones de brezales, marismas influenciadas por dos grandes lagos y rodeadas de espesos bosques, gansos de montaña… siempre usando como un sello, tonos cobrizos o verdes pálidos.
Su obra gustó mucho al Príncipe Eugenio de Suecia del que llegó a ser gran amigo y que adquirió una valiosa colección de aproximadamente 25 cuadros que hoy se pueden apreciar en el Castillo-Museo Waldemarsudde, donde residió el noble hasta su muerte.
Ulf Hård af Segerstad escribió, sobre cómo se enteró Norrman de la muerte de Martí, y su reacción. Fue a través de los periódicos de la época. Seguramente en algún café de Tranås, y entonces conmovido le aseveró a su amigo, el pintor A. W. Friman: “Martí fue el hombre más inteligente que he conocido… Ahora también se ha perdido esa ilusión”. Me dio mucho orgullo y satisfacción como cubano radicado en Suecia, leer esta anécdota.
Por eso, me decidí finalmente a viajar a Tranås, distante de Estocolmo 260 kilómetros. Quiero ver todo lo que haya que ver de Herman Norrman en su ciudad natal, incluido la búsqueda la conocida estatua en Bronce que yace en uno de los parques más importantes de la localidad y depositar una rosa blanca para el amigo sincero, agradeciendo de esta forma en nombre de los cubanos, habernos legado su aprecio por Martí y el único retrato al óleo, del natural, que existe del Apóstol.
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